11/23/2025

LA SANGRE DE LAS PALABRAS

 

                 LA SANGRE DE LAS PALABRAS

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La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts.270 y sigtes. del Código Penal).

Primera edición: Agosto de 2024

© Del texto: Marcos Jiménez León

© De esta edición: ALLANAMIENTO de MIRADA

© Foto y diseño de portada: Paco Espínola

© Maquetación: María Luz Reyes Nuche

Patrocina: Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Torreperogil.

Imprime: Podriprint.

ISBN: 978-84-129129-0-6

Depósito legal: GR 1100-2024

Allanamiento de Mirada S.L.

Acera del Darro, 30, portal 2, 5º F

18005, Granada.

www.allanamientodemirada.com


Prologo.

En ti muero.

Melancolía.

Sombras rotas.

Aleluya.

El corredor.

El niño azul.

Quién sabe.

Linaje de lluvia.

Cosas de la vida.

El color de las palabras.

Náufrago.

Sueños errantes.

Sueños amarillos.

Centinela del cielo.

A diez leguas de Úbeda.

Añoranzas.

Extraños.

La última luna.

Confidencias de un cobarde.

Interiorismo.

Infierno.

Destierro.

Ahora sé que te llamas amor.

Perdido en el bosque.

La sangre del olvido.

Ay, amor.

Soledad.

La lluvia que habita en mí.

Cuando el otoño me llegue.

Lluvia negra en Odesa.

Ventanas vacías.

Primavera roja.

Milagro.

Barcos hundidos.

 

PROLOGO

Durante cuatro décadas, como profesor, he intentado transmitir a mi alumnado que, a la poesía, había que acercarse sin prejuicios y, más aún, sin miedo a un lenguaje supuestamente críptico e indescifrable. Es posible, como escribiera Juan Ramón Jiménez, que hay una poesía para la inmensa minoría, pero lo que mi experiencia de lector y, sobre todo, de docente me dice es que la poesía nace para la inmensa mayoría. Es posible que, en algunos momentos, alguien, desde un academicismo rancio, desde una petulancia exclusivista lo haya entendido así. Un error, como si el sentimiento y la necesidad de su expresión pudieran cuadricularse, como si el potencial lector necesitara algo más que abrir sus poros y que éstos se impregnen de algunos de los infinitos valores expresivos de la palabra.

En este sentido, tanto el ávido consumidor de poemas como el dubitativo y temeroso caminante que se sumerja en las aguas que le propone Marcos Jiménez en este libro antológico, probablemente, descubrirá, a poco de haber iniciado la travesía, que su poesía no pertenece –ni quiere pertenecer– a ningún club privado, ni a enfundarse ajustados chaqués impuestos por académicos diseñadores.

Lejos de ese espejo, la poesía que nos propone Marcos Jiménez nos lleva por senderos abiertos, diáfanos, caminos honestos, donde la experiencia lírica fluye en un continuo doble sentido que va de dentro a fuera y de fuera adentro, en un trasiego inacabable  donde las palabras, como seres vivos que son, nos muestran su sangre, plena de significados y, lejos de naturalezas muertas, de fotos fijas que exponer en un museo, se convierten en imágenes en movimiento que transitan su tiempo vital en un continuo fluir.

Marcos Jiménez nos plantea en este poemario un viaje del presente al pasado, un viaje por el túnel de un tiempo que nos llevará a sus raíces, aquellas que alimentan las hojas del árbol que hoy se nos muestra en todo su apogeo.

Desde sus primeros poemas, recogidos en El coleccionista de momentos, donde la voz del poeta rezuma raíces, paisaje cercano, hasta aquella en la que se agrupan sus poemas más recientes –La sangre de las palabras– encontramos, por encima de todo, un protagonista: el tiempo. Porque somos tiempo, estamos hechos de tiempo, y esta idea aparece sumergida en la mayor parte de ellos. Un tiempo que Marcos parece revestir de paradoja, irrecuperable, porque irrecuperables son los lugares que lo habitan:

Hay senderos secretos de estrellas

donde los náufragos se encuentran.

Un lugar sin retorno en la orfandad del tiempo.

Y sin embargo, junto a esa quimera, la necesidad del recuerdo, de la evocación, la necesaria convivencia de lo que fuimos y de lo que somos, porque necesitamos recuperar lo vivido para transitar por el presente.

 

Como un ser incompleto

voy dejando pequeñas migajas de pan

para regresar a mi piel de niño.

 

Pero el tiempo es leve, pasajero, fugaz como nuestra vida y eso provoca en el poeta preguntas en las que se intuye la respuesta. Levedad que el poeta observa y siente desde una atalaya de tristeza, quizá de impotencia, resumida en dos versos magistrales:

 

Quién sabe si la rosa cuando muere,

muere por amor; por su efímera poesía.

 

En todo este caminar por los senderos del tiempo, el poeta encuentra un aliado fiel para expresar todo aquello que ese tránsito le provoca: la naturaleza, materializada en sus múltiples manifestaciones. El sol, la lluvia, las nubes, la nieve…, se convierten, de esta manera, en la materia prima de infinidad de imágenes que nos transportan a su interior.

 

En esta caída hacia ti mismo

las nubes siguen siendo grises,

el enigma de tus pensamientos

una ráfaga de invierno.

 

También encontrará el lector en este poemario, en este paseo por el tiempo sin tiempo que nos ofrece Marcos Jiménez con una serie de poemas, formalmente narrativos, cargados de un tono sombrío donde la tristeza, la desesperanza, la soledad, el desarraigo o la nostalgia se nos muestran al amparo de imágenes surrealistas que se nos ofrecen con una gran fuerza expresiva. En algunas ocasiones el poeta no se reconoce en el mundo por el que transita:

 

Estas no son mis calles, aquí no está mi aire.

Mis sueños no se reflejan en la lluvia. Bajo los aleros me cobijo

de una tormenta distante. Por estas calles me pierdo.

 

Son versos de «Destierro» el poema que abre la puerta a otros donde el gris del paisaje urbano, los tópicos del poeta maldito, el tiempo, depredador de un amor perdido, la total ausencia de un credo al que aferrarse –demasiada gente esperando eternamente sin saber que espera– o la imagen hundida del propio poeta –«De nada soy capaz. Un cobarde que se oculta en todas partes»– nos pintan una atmósfera apesadumbrada:

Tus ahijados

te extrañan, pierden el compás multicolor en la lejanía.

 

De esta tristeza intimista a la denuncia social más cruda, porque Dios no existe, pero sí una tierra plagada de injusticia donde el cielo y el infierno cohabitan, donde la riqueza más inmoral se enfrenta a la inmoral pobreza representada en la inmigración, la indigencia…

 

Son los sin nombre, los que ya nacieron muertos.

Los olvidados, los que la gélida noche atrapa

en lechos de cartón. Son los no vivos

que habitan nuestras frías conciencias.

 

Y en todo este mundo sombrío y triste, la naturaleza materializada en árbol, en bosque, en tierra o en flor seca se convierte en una aliada para expresar los sentimientos del poeta.

 

En ocasiones me parezco a ti:

árbol risueño, asido

a tu propio cuerpo,

anillado a mil recuerdos.

 

Tiempo, naturaleza, amor, denuncia… vida es lo que nos ofrece Marcos Jiménez en este poemario cuya lectura sólo le pide al lector complicidad en los sentimientos porque la poesía, parafraseando al poeta gaditano, nace del hombre y es de todos los hombres, un espacio abierto, donde las imágenes, extraídas de un mundo reconocible, perfecto en su imperfección, se convierten en espejo de sus adentros.

Poesía, querido lector, para degustarla sorbo a sorbo, verso a verso, sin etiquetas ni límites más allá de los que los sentidos, vehículos del sentimiento, el suyo, le impongan. Poesía de todos y para todos.


EN TI MUERO

Hay días que muero de sequía.

Los domingos muero de pájaros,

sepultureros feroces arrancan

plumas de mis alas. Los días impares

muero de monotonía, hablo con silencios

desconocidos, con arrugas de las manos.

Los atardeceres muero de alamedas amarillas.

Muero de peces flotando en saliva,

de caricias ocultas en la tormenta lejana.

Si despertar es vida y soñar es muerte,

el mundo es tu hermosura,

las estrellas tus labios de rosas encendidas.

Hay amaneceres que me enredo en tus cabellos;

no quiero que otro sueño me despierte.

 

MELANCOLÍA

Hoy no fuiste al parque. Pensarás

que te echaron de menos los abuelos,

gorriones y palomas.

Anhelas sonrisas sin palabras,

al viajero del autobús con quien cruzas la mirada.

Hoy no has hablado del tiempo.

No coincidiste con el vecino que mira los tejados

para no malgastar un saludo. No has ido

al “nido del cuco” a ofrecer tus adentros.

No has consolado a nadie. Estabas triste.

Vencido tu cuerpo sobre el cuerpo de un árbol

te faltaba un soplo de vida. No había un alma,

solo melancolía, silencio en el aire.

 

SOMBRAS ROTAS

Mejor vivir de recuerdos que no haber vivido.

Saber que la muerte acecha en encrucijadas

de misteriosas ciudades que haber vivido

entre muebles rotos cubiertos de polvo.

 

Mejor vivir entre recuerdos que vivir en una risa

fingida, porque los recuerdos vividos en la sangre

siempre regresan. Haber vivido es mirar sin temor

a la muerte, caminar entre difuntos que no cesan

de mirarte. De todos los mundos vividos,

de los ecos en las voces de tus adentros,

nace un misterioso silencio que todo lo envuelve.

 

Silencio que es tu sangre derramándose en la tierra,

anhelo en el corazón cuando se abre y cobija en su seno

a todos los seres perdidos. En el laberinto de las puertas

gruesos muros se alzan entre tinieblas.

Hay tantas puertas como corazones, tantas lágrimas

como estrellas. Existe una puerta que abre dos mundos,

el mundo de los vivos y el mundo real.

 

ALELUYA

Llueve débilmente. Tristeza de lluvia

se desliza en las hojas. El suelo está reseco,

falto de caricias. Infinitas lágrimas

se desbordan tras los cristales sin brillo.

 

El amor llama a las puertas, les hace creer

que existe un mundo mejor.

Un mundo diferente, repleto de ventanas

donde compartir anhelos; las cosas que sientes.

 

Una lagrima errante aprisiona el pecho.

Bajas escaleras, te cobijas donde nadie te observa.

Esperas una pequeña luz, una voz amiga,

saber que la vida continua en aquel edificio distante

donde nos hicimos amigos por señales.

 

Ha durado poco la lluvia, apenas se han mojado

las calles. Sin risas de niños, sin vuelo de aves,

el viento ha dejado de mover las hojas.

 

Das vueltas y vueltas, tu casa se mueve.

El reloj se ha parado, no quiere marcar este instante.

Das vueltas y vueltas sobre ti mismo

buscando la hora de las ventanas abiertas.

 

Qué será de nosotros: me pregunto.

De los sueños irrealizables, de los cuentos sin escribir

del fulgor celeste de los amantes.

Qué será de los abrazos que nunca se dieron.

 

Al fin llueve sobre las calles a ritmo de tormenta.

Ventanas donde todas las tardes decidimos mirarnos

ahora parecen más lejanas, cubiertas de fantasmas.

Regresas abatido a la soledad de tu alcoba desierta.

 

Nada fue un espejismo, una página en blanco.

Es un libro incompleto. Cada palabra un destino,

cada gesto; encrucijada de seres perdidos.

No tengo a quién preguntar por qué reina el olvido.

 

Me convierto en niebla, transito imaginarios

camposantos. Tras las empañadas urnas

traslucen cuerpos sin nombre.

Sin llantos ni rezos, sin salmos de incienso,

se irán de nosotros. Durante un tiempo,

trovadores animados evocarán su recuerdo.

 

Cuando sólo sean retratos, tatuajes en el mármol,

nadie escribirá sobre ellos. Pergaminos

se teñirán amarillos, premios y aplausos arderán

como arden lentamente los papeles viejos.

 

En un tiempo lejano reinará el amor bajo las nubes.

Cuando llueva, todos los seres se impregnarán de amor.

La llama del espíritu siempre estará encendida.

No existirán  puertas, las ventanas estarán siempre

abiertas. Volveremos a ser hijos del sol y las estrellas.

 

EL CORREDOR

Aprendí a correr cuando era niño.

Siempre corríamos sin saber por qué.

Corríamos sin miedo, sin motivo;

solo era correr. Corríamos sin cesar

con los ojos intensamente vivos,

risueños; protegidos por la noche azul.

Había noches que el cielo se cubría

de tantas estrellas que caía sobre

tu cara infantil. Si el cielo cae sobre ti,

en tu cama sientes el fulgor de las estrellas.

Las mismas estrellas; cada noche,

esperaban al niño que recorría el universo

a la grupa de un unicornio de madera.

 

EL NIÑO AZUL

Esta mañana sin aliento

recorro las calles del tiempo.

Emergen campanillas a mi paso,

aromas de olivos y pan caliente.

 

Al rebasar la esquina encuentro

el primer amor, el primer beso,

latir de trenes en la cercana estación.

 

Se suceden nubarrones blancos.

El viento los traslada sin cesar

a otros cielos, a otros campos.

Al amor de la montaña

un niño azul atesora hojas del bosque.

 

Esta mañana fría, sin aura,

transito los vagones de la vida

sin más equipaje que mis recuerdos.

 

Como un ser incompleto

voy dejando pequeñas migajas de pan

para regresar a mi piel de niño.

 

QUIÉN SABE

Quién sabe la tristeza de la flor

cuando el viento la deshoja,

se lleva el último aroma,

el misterio de su color.

 

Quién sabe si las tormentas lloran,

si tiene consuelo su llanto.

Si son cubiles de langostas,

guaridas secretas de gusanos.

 

¿Son los relámpagos deseos fugaces

que escapan de una prisión?

 

Quién sabe el nombre

de los seres infinitamente solos,

eternamente asidos a la tierra muerta.

Un día todos seremos huérfanos,

habitantes del fondo del mar.

 

Hay universos errantes, mundos, ríos, mares,

venas y corazones. Lágrimas reprimidas,

cielos que buscan estrellas distantes.

 

Quién sabe si la rosa cuando muere,

muere por amor; por su efímera poesía.

 

LINAJE DE LLUVIA

Si la lluvia no llegase

cuando más resecos están los ojos,

cuando más sedienta está la tierra.

Si no llegase con aroma de un beso,

con semilla de primavera.

 

Si no fuese llanto, melancolía,

amapola blanca caída del cielo:

ya no sería lluvia.

 

Si la lluvia fuese insonora, inanimada y oscura:

nunca nacerían las flores.

Vivirían agrietados los deseos,

los peces tendrían intensamente negros los ojos.

 

Si la lluvia fuese de fuego; incandescentes

corazones arderían en el reverso de los espejos.

 

Si la lluvia fuese de arena

las palabras se ahogarían en la boca,

declaraciones de amor

el viento arrastraría hasta distancia remota.

 

Si la lluvia no irrumpiese a deshoras

deambularías las calles sin música,

sin el compás de tus latidos en el agua.

 

Seres sin rostro buscan su lluvia,

fragancia de tierra en la lejanía.

Es la lluvia dulzor de las heridas,

margaritas que en las manos se deshojan.

 

En ocasiones pregunto a la lluvia:

ella no me responde.

La atrapó la negra luna; la negra noche.

 

En silencio se apagarán las estrellas,

se cerrarán las puertas de mi pecho.

Volverá la tierra hambrienta,

caballos desbocados de viento.

 

Mis labios se agrietarán de tanto cieno,

mis ojos tornarán amarillos de tanta ceguera.

 

Junto al árbol caído te invocaré.

Suplicaré que me cubras con tu velo,

te desbordes en mi boca como amante.

 

Cuando a buscarme arribe

la cristalina barca,

abriré las puertas de los estanques;

regresaré al mar con el agua cautiva.

 

COSAS DE LA VIDA

A estas alturas de la vida

sería prudente detenerse,

mirar el sendero recorrido,

las piedras en que rodaste.

 

Estas tardes indecisas,

sin color definido, solo quedan

sentimientos que se cruzan.

Sin ataduras ni cautelas

buscas tu ser incomprendido.

 

En esta caída hacia ti mismo

las nubes siguen estando ausentes,

enigma de tus pensamientos

arrastran ráfagas de inviernos.

 

Estas tardes entre destellos de sol,

en la angustia y el desvelo de las flores;

entre efímeras alas de mariposas:

nacen sueños imposibles.

 

Siempre que cierras los ojos te invade

una nueva quimera. Es cierto que

el demonio anda suelto, vagabundea

entre cielo y tierra. Somos

conductores de nuestros miedos,

inmortales que nacieron de otras vidas.

Infierno, paraíso, quietud y tormenta.

 

A estas alturas de la vida,

con los bolsillos repletos de calderilla,

la nieve cubriendo mis cabellos y,

una rabia contenida, rompo todos

los espejos, derrito todas las cadenas.

 

Camino sin rumbo de nuevo

esta travesía de cristales rotos

buscando las mismas respuestas.

 

EL COLOR DE LAS PALABRAS

Hace mucho tiempo;

los niños éramos poetas, nos hicimos

salvadores de los pájaros, inquisidores

de tormentas. Sellamos con cruces de sal

las puertas. Hace mucho tiempo, en la lejanía

de la montaña, se escuchaban susurros de lobos,

suspiros de olivos ancianos.

 

Los poetas custodiaban las palabras.

Llevan con ellos la pena del mundo,

se estremecen; lloran cuando escriben.

Batallan con el tiempo en un reloj de arena.

 

La tinta está hecha de sangre, decía mi padre.

Mi padre era hombre sabio, maestro de la vida.

Decía mi padre: “llegarán ejércitos de poetas,

mercaderes de desencantos”.

“Nadie escuchará otra voz que no sea su voz”.

 

Hace tiempo, mucho tiempo; éramos niños azules,

del color de las montañas, del color de las palabras.

¿Qué somos ahora, qué ofrecemos,

cuál es nuestra causa: me pregunto?

 

NÁUFRAGO

Existe un lugar donde los ojos son de fuego,

palabras errantes recorren los pensamientos.

Riberas de ríos donde los sueños convergen,

las caricias navegan con remos de viento.

 

Hay senderos secretos de estrellas

donde los náufragos se encuentran.

Lugar sin retorno en la orfandad del tiempo.

Silencios que habitan mi silencio.

 

SUEÑOS ERRANTES

Hay sueños que escapan de la noche,

buscan la música del día. Deambulan

bajo la cama, se liberan de las estanterías.

 

Surgen de la sonrisa de un niño,

de escombros en una casa destruida.

Sueños abiertos a la esperanza

un sol de fuego, llega y los abrasa.

 

Sueños fríos de granizadas,

como estrellas se encienden, se apagan.

Sueños para el rico, sueños para el pobre.

 

Sueños para el que nunca sueña,

sueños para el que nunca duerme.

Sueños para el que ríe, sueños para el que llora.

 

SUEÑOS AMARILLOS

Hoy he visto pájaros amarillos, árboles amarillos.

En la distancia el sol ilumina sueños amarillos.

Parece que todos los colores ardiesen en los ojos.

 

Juegan niños a juegos amarillos. Ancianos amarillos

se reflejan en un crisol de lejana infancia.

Derrama la lluvia sangre amarilla en la tierra

anhelante de resplandores. Son los libros amarillos;

los girasoles se embriagan de horizontes.

        

He visto el mundo amarillo, fuentes que vierten

arroyos de lava, crujir las hojas a mi paso;

pensamientos amarillos. De tanto hastío

han nacido hombres amarillos; mansos como trigales;

un día ilustrarán la melodía de los colores.

 

Ahora soy también árbol amarillo. Mitad hoja,

mitad raíz. Gusano blanco que sueña ser mariposa.

 

CENTINELA DEL CIELO

Abrió los ojos el día y allí estaban,

intensamente grises, amenazando

el paisaje en un enredo de tejados, montañas,

agujas hirientes, cables de acero y torres metálicas.

Allí estaban decididas a cubrir de oscuridad

esta fría mañana de invierno.

Resaltan las gaviotas planeando el vuelo

hacia el mar cercano en una brisa de sal.

 

Atardece. Los cables van hospedando a cientos

de mirlos negros. Hoy no he visto el sol,

tal vez me visite la luna, como otras noches,

haciéndose paso en la espesura. Agita fuertemente

el viento las palmeras. El crepúsculo

llega cargado de melancolía. Este incómodo

(descortés sillón), sigue apuñalándome la espalda.

 

Maldito tiempo, siempre me lleva la contraria.

Soy centinela de ceniza en esta encrucijada

de seres heridos, laberintos de camas mecánicas.

 

A DIEZ LEGUAS DE ÚBEDA

Por el delgado sendero donde expiran las tardes,

camino con mi sombra al paso alegre de los árboles.

Las piedras parecen mirarme, el sudor empaña mis ojos,

el atardecer tiñe el horizonte de resplandores de esparto.

 

Perlas verdes de aceituna llueven las noches de verano.

En verano las golondrinas vuelan los aleros con pico de barro.

Antonio tiene en la cara amapolas de colores.

Sedienta la tierra, sueña noches de lluvia a cantaros.

    

Con corbata rojo y gualda los perros presumen en los cortijos.

Un hombre de albahaca vende agua en un carro destartalado.

Parece que nada cambió; excepto la yunta de los carros.

  

Las moscas siempre acuden a funerales de cigarras.

El viejo reloj marca olvidos que retuvo el tiempo.

Caminas a mi lado; el cielo se cubre de olivares blancos.

 

AÑORANZAS

Aún anhelo aquellos labios de terciopelo

deshaciéndose en el enigma del deseo.

Pasábamos las horas mezclando aromas, la fruta

de nuestras bocas se hacía infinitamente dulce.

 

Anhelo tu piel temblorosa al rozarse con la mía.

El oleaje de tus cabellos de espuma negra,

tus mejillas de cera tibia al caer la noche.

 

Nada sabíamos de guerras, desengaños.

Tan solo nos importábamos nosotros,

un lugar lejos de las miradas para besarnos.

Encadenar fuertemente nuestros cuerpos.

Detener el tiempo en universos de saliva.

 

Los recuerdos me traen tu imagen.

El tiempo se ha detenido, el otoño

no ha llegado. Los recuerdos me embriagan,

me trasladan a otros mundos lejanos.

 

EXTRAÑOS

La calle es fría. Expresiones vacías

desfilan sin color en la mirada. Hay esquinas

en la noche cubiertas de desconfianza.

Habitaciones donde corazones se apagan.

Calles sin vida, tan solo transita el olor

de la sangre turbia. Demasiada gente que habla.

Demasiada gente que ríe en los funerales.

 

Tan solo el muerto llora en su entierro;

una empresa de plañideras subasta sus lágrimas.

Héroes de cartón trasladan medallas de plástico

de circo en circo sobre carretillas de hojalata.

En sombras de otoño, pálidos requetés traslucen

tras los árboles, vitorean a santos crucificados.

 

Hay niños que lloran con lágrimas de cera,

niños que juegan con calaveras.

Extraños cogidos de la mano, sentados

a la misma mesa. Demasiada gente esperando,

esperando eternamente sin saber qué espera.

 

ÚLTIMA LUNA

Conspiran en rastrojos las cigarras.

Dibujando lirios la tarde aflora.

Palabras errantes surcan los arroyos.

Llora la tarde, todas las tardes lloran;

temen perder su misterio de amapola.

 

En la lejanía llueven luces de cera.

El horizonte es color de canela.

En alamedas de nubes la luna juega,

se enreda entre las ramas para que no la veas.

 

Luna traviesa tienes palidez de quien no regresa.

He venido a cantarte una nana,

por si no nos vemos, niño, por la mañana.

 

CONFIDENCIAS DE UN COBARDE

De nada soy capaz. Un cobarde que se oculta en todas partes:

hasta en los silencios de su voz. Soy un paria, despojo de la vida.

Siempre quise vivir bajo un puente, en un barco a la deriva.

Una tarde abrí las jaulas que tenía, dejé que el cielo se cubriese

de pájaros prisioneros. Me gusta ser paria, deshecho de la sociedad;

llorar a lágrima viva con quienes no pueden llorar. Un día,

lloviendo a mares, pensé que las calles eran ríos embriagados

que a borbotones me arrastrarían hasta el mar. Soy un cobarde;

lo admito. Me hago collares de caracolas, en campos de amapolas

me desangro. Me enciendo cuando amanece; por las tardes

voy cargado de desencantos. Por las noches no duermo,

tengo conversaciones importantes con los muebles.

Tengo dos balanzas y un metro dibujado en la pared.

Igual que digo una cosa, digo otra: no tengo miedo a las sombras.

Algo es algo en este tiempo de oscura calma

que como enredadera nos envuelve.

Es un privilegio ser cobarde en este extraño mundo de valientes.

 

INTERIORISMO

Quién sabe lo que mi corazón siente.

A veces me habla susurrando.

Algunas noches grita, no duerme.

En ocasiones se enciende: no puedo apagarlo.

Quién sabe los silencios de mi voz cuando hablo.

Esa inapreciable desesperanza que me callo.

 

INFIERNO

Es por mí que se va a la ciudad del llanto. (Dante).

Caen las torres, las murallas;

grita amargamente la tierra.

Se desgrana en silencio la noche,

el vacío de la ciudad sin cielo.

Las estrellas ocultan su brillo.

Bajo la luna se abrasan cuerpos indefensos.

 

De esta tierra infértil, repleta de escombros,

se levantan las almas suplicando justicia divina.

La corriente arrastra bosques calcinados,

pequeñas aves que han perdido sus nidos.

 

En la otra orilla devoran manjares los cerdos.

Con zapatos incandescentes

pisotean las flores mercaderes de sueños.

Los buitres comercian con migajas.

El negro río regresa a la ceguera del mar.

En olas de vidrio flotan cuerpos de ébano.

 

Son los sin nombre, los que ya nacieron muertos.

Los olvidados, los que la gélida noche atrapa

en lechos de cartón. Son los no vivos

que habitan nuestras frías conciencias.

 

A veces, cuando hablo con Dios le pregunto:

¿son estos también tus hijos? Mira que

no brilla el oro en la penumbra de los templos.

¿No hay sutil esencia de incienso en el aire?

 

¿Son tus hijos los que arrojan piedras de fuego

desde las almenas de las mezquitas;

los cuervos que tutelan desde sus tronos

miedo y hambre?

 

A veces, cuando hablo con Dios

el mundo ya no existe,

tan solo quedamos nosotros dos.

Las almas de los sin nombre

se apagan en el cieno enrojecido y mustio.

 

Un sol sin esperanza

nace de la tierra estéril y podrida.

 

DESTIERRO

Transito estas calles sin un mortal que me reconozca,

olvidado entre las piedras, como se olvidan a los hombres errantes.

Por estas calles vuelo con las gaviotas

sin guía que me dirija hasta el mar. Son calles hermosas,

hay hermosos árboles, personas brillantes, como en todas partes.

A pesar de todo, no son mis calles.

 

En mis calles las sonrisas vuelan. Los días tristes,

una bruma de olivares me envuelve, mis ojos se pierden

en el horizonte verde. Estas no son mis calles, aquí no está mi aire.

 

Mis sueños no se reflejan en la lluvia. Bajo los aleros me cobijo

de una tormenta distante. Por estas calles me pierdo.

No hay nadie a quien pedir consuelo.

Perdido, solitario, el sol agoniza en la distancia.

Se desmorona silenciosa la tarde.

 

AHORA SÉ QUE TE LLAMAS AMOR

Dejaron de cantar tus pájaros de niebla. Tus ahijados

te extrañan, pierden el compás multicolor en la lejanía.

Golondrinas surcan incansables el resplandor de tus ojos de árbol,

de tu alma de árbol. Regresas como huérfano

que busca un nuevo vientre; te ausentas henchida de silencios,

desesperanzas, ilusiones nuevas, baladas secretas de amor.

Ese anhelo que cose tus adentros en el sendero de los sueños.

Amor solo tuyo que cubres con la niebla de la profunda soledad.

Amor en las calles, en los labios fríos de la muerte, en arrabales

donde la pasión incendia a los amantes. Amor, amor.

Ahora sé que te llamas amor. Nunca más olvidaré tu nombre.

 

PERDIDO EN EL BOSQUE

Almacenan los años ausencias.

Bosques cubiertos de bruma. Ciudades repletas

de moradas sin vida. Habitaciones vacías.

Ruidos, susurros, siluetas; heridas

escapan por cerraduras de las puertas.

 

En un claro estás tú, tus caricias en las manos,

el silencio sin palabras que enhebró mis ojos,

me enseñó a dar el primer paso. El bosque

empequeñece con los años, lo invaden

raíces secas, nidos pisoteados,

negros duendes que brotan del barro.

 

Los años nos invitan al desconcierto,

dejamos de volar de árbol en árbol.

 

Camino el bosque entre árboles caídos,

deshago en mi memoria desengaños.

Recuerdos cuelgan de mi pared

como sombras sin color, sin recuadro.

 

Ahora te enseño a caminar.

Miro en silencio tus ojos de cristal opaco.

Aprisiono el tiempo en mi pecho,

pretendo que transite más despacio.

En el bosque los árboles crecen sin mirar al sol.

No hay senderos para salir: encrucijada

de mudeces y gritos enredados en la espesura.

 

El camino no existe, sólo quedan visiones.

Habitan bajo las piedras los gusanos.

 

LA SANGRE DEL OLVIDO

A una amiga con Alzheimer.

 

Es frágil la memoria.

Como tierra reseca

devora almanaques,

sosiego de las rosas.

 

Risas y llantos se mezclan.

Se proyectan recuerdos

en ráfagas de aire polvoriento.

 

Hacia ningún destino

alzas la mirada.

Amasijos de palabras

se diluyen en la boca.

 

Te acorralan las ausencias,

se cubren de caras las sombras,

desembarcan palabras

en ciénagas de agua viscosa.

 

Quisieras detener el grito de la flor

cuando se abre, abrirte con ella,

envolverte en aroma de estrellas.

 

Tan solo tienes un instante

en la noche infinita. Quieres atraparlo;

se pierde como eco en tu cabeza.

Niebla metálica te atraviesa.

Sin expresión; sin brillo en los ojos

se detiene la vida en el viejo sillón,

frente a la ventana sin horizonte.

 

En la puerta sin retorno

esperas como árbol caído

que te arrastre la corriente.

 

Una lágrima recorre tu rostro.

Es lluvia de tu alma

que regresa a la tierra silenciosa.

 

AY, AMOR

Ay, amor, qué infinita es la distancia.

Qué lejos estás.

Qué interminable el camino

y yo sin poderte abrazar.

Ay, amor, ahora sé que te llamas soledad.

 

SOLEDAD

Dejadme solo. Rodeado de silencios,

de pájaros blancos. Dejadme solo.

Como se dejan las hojas secas

al desamparo del viento.

 

LA LLUVIA QUE HABITA EN MÍ

¿Habrá sido el aura de las estatuas,

rescoldo que por las noches se aviva

poco a poco el que me llevó a tu puerta?

Imaginé una casa vacía y, a la vez,

repleta de recuerdos inseguros en los pasillos.

 

No es la soledad la que llama a las sombras

ni a los recuerdos, ni a la crueldad del silencio.

No ha sido el eco de una campana

la que me llevó hasta ti, ha sido sólo la vida,

esta escalera de años como rosales que se cubren

de rosas y al instante solo son espinas.

Has sido tú quien me ha llevado a mí mismo.

 

Tanto tiempo buscando respuestas, preguntando

a las paredes rotas, tantas noches rompiendo

el sueño con las manos frías. Ahora lo sé,

lo he visto de cerca. La niebla ha cegado

mis pensamientos, las lágrimas las llevo por dentro.

Dentro de mí están los caminos, tu casa; también la mía.

Esta noche llueve, la lluvia duerme conmigo.

 

CUANDO EL OTOÑO ME LLEGUE

Cuando el otoño me llegue dispondré un hatillo

con retazos de mi caminar por las venas de la vida.

Llevaré besos que perdí en estanques de nenúfares amarillos,

perfumes de sándalo de un mar cubierto de veleros azules.

 

Mi hatillo atesora resplandores, añoranza de ciudades,

 palabras de colores, margaritas deshojadas;

fantasmas que merodean las noches con abrigo incoloro.

 

Cuando el otoño me llegue arrojaré las vestiduras

al fuego perpetuo. Desnudo, buscaré el amor

antes que el frío invierno me llegue,

los relojes se cubran de nieve;

el silencio dibuje en el cielo claveles de terciopelo.

 

LLUVIA NEGRA EN ODESA

Bajo lluvia negra arroyos de ceniza.

Palabras vacías en deriva de los labios.

Palabras de humo fabricadas en cadena.

Monotonía de palabras sin repuesta.

 

Invierno sin escarcha, sin aromas de tierra.

Largos senderos plagados de banderas.

Saludos de papel cargados de impuestos.

Antes que nazca el día estallan los sueños.

 

Estanterías repletas de seres en desuso.

Palabras bravías sangran en las manos.

Desorientada la luna cae por el abismo.

 

Un niño muerto llora desconsolado.

 

VENTANAS VACÍAS

Así es la vida, frágil flor a merced de la tormenta.

A veces, con los bolsillos repletos de fantasmas,

espero que se abra la noche para dejarlos que salgan.

 

En mi casa hay un grillo exiliado,

una araña que persigo sin ánimo de asesinarla.

Hay una casa cercana haciendo esquina,

tiene rotas las ventanas, nadie detrás observando.

 

Un hombre que nunca habla me saluda con los ojos.

 

En ocasiones hablo con las ausencias,

me ausento de mí mismo. Me pregunto

tantas cosas que ya no quedan zapatillas,

ni armarios donde guardar las tristezas.

 

PRIMAVERA ROJA

Arroyos de palabras son las primaveras.

Placentera mezcla de aire y agua acarician la cara.

Florecen en un instante las siluetas.

 

Ahora las palabras se ocultan en los labios.

Hay palabras que se desbordan en los ojos.

Palabras errantes en los bolsillos, palabras de escarcha.

 

Primavera eras tú vestida de margaritas.

Bajo las piedras los relojes palpitaban.

 

Esta primavera corren arroyos de sangre inocente.

La muerte recorre el mundo con desprecio.

Inocencia cubierta de escombros.

Es primavera: muchos se fueron sin saberlo.

 

El llanto de un niño se apaga en la humareda.

 

MILAGRO

Temprano se pinceló de estrellas el ocaso de los pájaros;

torpe melodía de mis pasos. Se ensombrece la montaña

en equipajes de mudanzas. Turbio amanecer entre norias

balanceando risas de infancia. De ramas secas

penden nidos abandonados de amigos; el viento los arrastra.

Iluminan soles nacientes el pueblo blanco. Silencio

de fachadas dormidas se romperá por ruido de motores.

Tórtola solitaria en el acero con su trajecito de luto negro.

Misterioso, etéreo, el cielo se convertirá en asfalto de nuevo.

Hileras de hormigas transitan las calles camino de la escuela.

La vida surgirá como milagro, aunque sin darnos cuenta,

la vida habrá pasado de largo; seremos un nido más

en el abandono de las ramas secas de cualquier desengaño.

 

BARCOS HUNDIDOS

De qué me sirve cruzar el inmenso océano,

batallar con la tempestad, la tormenta y el rayo.

Dejar atrás la desesperada tierra que me ha visto

hacerme un hombre desolado, sin fe, sin esperanza.

De qué me sirve regresar de la muerte con tanto naufragio

en la garganta. De nada me sirve si al pisar la otra orilla

me hundo en el barro. Un muro de afilados cuchillos

me desgarra pies y manos y, unos seres vestidos

de negros pájaros, disparan desde sus palacios

proyectiles de odio, para que me hunda en el fracaso

del silencio que nadie siente ni conoce; tal vez,

las almas de los peces en el cementerio de barcos.

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